[HISTORIA CORTA] Hundirse

Estábamos la familia, tan poca como se permitía en esta economía: mi padre, mi madre, y yo, así como el viejo maestro de mi padre en su negocio, reparación y mantenimiento de naves de transporte personal así como de efectos a través del sistema solar. Nuestra nave por lo tanto tiene que ser más grande que cualquiera de estas: reparar en el vacío del espacio es mucho más riesgoso que reparar dentro del ambiente controlado de la estación de cargas. 

Esta nave era todo lo que teníamos, y mi padre, Hellocks, la llamó igual que mi madre: Gerti. Pasábamos por la órbita de Venus: la nave de uno de los colonos de una de las ciudades flotantes en la atmósfera del planeta se había averiado, y bajamos lo suficiente para poder recogerlo. Era un cliente distinguido y temerario, ya había ido varias veces por debajo de la atmósfera habitable. A veces por dinero, otras por placer. Ganaba dinero de una manera lícita, pero menos emocionante de lo que le gustaba hacer los fines de bimestre productivo: el candidato del partido político favorito de los Venusianos prometía que terraformaría la superficie de aquel planeta, o al menos, tomaría pasos hacia lograrlo, y necesitaba personas que fuesen lo suficientemente intrépidas para bajar por sí mismas y comprobar la factibilidad de utilizar pilotos humanos para las maniobras y operaciones que se iban a requerir en el futuro. 

Cualquiera de estos dos usos, el lento manejar por la superficie del planeta-infierno para que los lectores ambientales instalados por científicos auspiciados por este candidato fueran capaces de obtener datos mucho más precisos; o sus rápidas volteretas y acrobacias temerarias a lo largo de montañas de azufre y esquivando lluvia de fuego sobre la superficie de este desolado mundo, dejaban muy dañado su vehículo. 

—Nos aproximamos a la atmósfera del planeta, nave de mantenimiento con motivos de trabajo en Venus, cambio —habló mi padre por el intercomunicador cuando se levantó la señal de advertencia por entrada al rango máximo permitido del planeta.

Vi la redondez del astro, y algunas lecturas de tormentas y fenómenos meteorológicos indeseables en las regiones más inhóspitas del mismo a través de la gran pantalla de interpretación de datos, así como en otra pantalla que mostraba una vista inalterada de la cámara frontal de nuestra nave. No era un crucero espacial que nos dejara apreciar a placer las delicadas y poderosas imágenes que nuestro sistema solar o la vía láctea podía ofrecer, con ventanas de glazz-plomado capaces de contener toda la radiación de fondo estelar, esta era una nave de trabajo, y también, una habitacional para esos propósitos. Si tan solo trabajásemos y no viviésemos en ella, seguro habríamos tenido el lujo de una gran ventana igual al frente, pero la necesidad de protección constante de la radiación nos obligó a estar enlatados. 

Moví mi dedo sobre un dial e ingresé algunos datos en una terminal, a pesar de que mi padre me dio una mirada seria cuando lo hice, sentado al lado de mí en el asiento de piloto. Una inteligencia artificial habló con una voz sintética y masculina, seria pero acogedora a su propia manera: su parloteo se interrumpió en cuanto ingresé los datos que nos identificarían, a la nave y a los tripulantes, así como nuestros motivos para estar aquí.

—Recibido, Gerti. Transmita ahora la información de identificación para su... recibido. Venus le da la bienvenida. 

—Gracias —dijo mi padre, como si aquel gesto fuera necesario.

Siguió un silencio mientras que accionaba los motores y dirigía la nave para comenzar a acercarnos más a la atmósfera. Siempre me daba una sensación ligera de vértigo el ver aquel proceso a través de la cámara: el cómo lentamente aquella pasaba de ser una simple canica en el espacio y comenzaba a volverse suelo firme, dejándome darme cuenta de lo pequeño que era, una vez más, comparado a todo el resto de las cosas. Me sentía un hombrecito ya a mis 16 años, pero era claro que no era grande en ningún ámbito aún.

—Debiste haber esperado hasta que terminase de hablar —me dijo papá.

—¿Por qué? acepta la información de todos modos, termine de hablar o no.

—Darzzat...

Ahí estaba. Mencionó mi nombre. Era algo que de algún modo siempre me hacía saber que venía una reprimenda por cualquier mínima cosa. Disciplina y corrección, ese era el modus operandi de mi padre en cada momento, y podía entenderlo en parte viniendo de su trasfondo militar del cual nunca deseaba hablarme de vuelta en Marte: ¿pero no entendía acaso que incluso suavizando sus palabras y sus tonos, seguía fatigándome que cada interacción fuera una corrección o un comentario para mejorar en algo? Lo entendía. De verdad. Pero no podía evitar que me tensara la mandíbula y casi me mordiera la lengua para intentar no decirle nada de vuelta.

—¿No sabes lo rígidos que pueden ser los sistemas? esa era una máquina, está bien, pero una persona podría ser la diferencia entre si consigues un puesto o no, si entras a estudiar en una buena universidad o no. ¿Le vas a dar igual tus papeles en la cara y de golpe a quien te vaya a revisar para darte un pasaporte a Tierra? 

—Estás haciéndolo un tema enorme, esto no tiene nada que ver. Fue tan solo una pequeñez, papá.

—Si es tan pequeño, ¿entonces por qué no lo puedes hacer correctamente?

En ese momento, me iba a dedicar a enfurecerme de verdad. Ese argumento... "¿si no puedes lo menos, cómo vas a poder lo más?", me parecía a la vez tan irrebatible y a la vez tan incoherente. No sabía por qué lado atacarlo, pero había tenido suficiente. Al menos hasta que un lector de la nave hizo un pitido: error. Mi padre detuvo en seco los motores, manteniéndose en órbita en lugar de continuar el descenso. Incluso retrocedió un poco para ajustarse mejor a la órbita alrededor del planeta. Dejó el piloto automático en modo estacionario, y se levantó desajustando sus cinturones para ponerse de pie. Yo tardé un poco más en quitármelo pues aún llevaba el enfado encima, y aunque sabía que la situación era más importante, le dije "Seguiremos hablando de esto", cosa que ignoró abriéndose la compuerta que llevaba a atrás en la nave, mientras que esperaba que lo siguiera y claro que eso hice. 

Agua.

Todo a nuestro alrededor era agua. No tardé en levantar mis pies de manera instintiva en un salto del susto al sentir el frío líquido acariciar mis zapatos, mientras que mi padre habló en voz alta.

—¡Sistema de mando!

—Atento —respondió la mecanizada voz desde los parlantes que pronto estarían hundidos a su vez, electrocutándonos.

—¡Desactiva el flujo de corriente! ¡mantén solo las los motores!

—Advertencia: esto dejará las luces...

—¡Tan solo házlo maldita sea!

—Entendido.

Y entonces oscuridad. Supuse que las mismas preguntas pasaban por nuestra mente, "¿cómo es posible que haya tanta agua aquí? ¿será acaso una fuga en el almacenamiento del agua potable? ¿o del agua de uso común para nuestro oficio?", pero incluso una fuga así se habría hecho en un área distinta, para nada próxima a nosotros. 

—¡Gerti! —llamó mi padre de manera larga, sacando una linterna al ir a tientas por el pasillo de la nave e iluminando nuestro camino.

Me sentí en cierta forma culpable por no haber pensado en lo más importante, claro: mi madre, y Morz, el maestro. Tan solo callé mis dudas y jugué el papel de haber pensado exactamente lo mismo, siguiendo a mi padre y tomando una segunda linterna para aluzar nuestro camino a través de la nave. Vimos la fuente del agua que se esparcía por la nave, y ya nos llegaba a la planta de los pies, haciéndonos apresurarnos cada vez más al darnos cuenta de que no se disminuía el ritmo por el cual subía esa extraña marea. 

—¿Cómo mierda...? —hablé.

—Shh —siseó él para callarme.

Las groserías lo ponían de mal humor: a veces podía intuir más nervioso en estas situaciones. Pero creo que incluso él habría notado y compartido mi estupefacción al notar la fuente de nuestros problemas. 

Había un agujero en nuestra nave. Era un agujero de una aparente nada absoluta: una negrura completa, pequeño, del tamaño de mi mano extendida completamente. Un círculo perfecto de cuyo cuarto inferior en tamaño salía un flujo constante de agua. Mi padre lo consideró momentáneamente, y entonces escuchamos una voz desde el pasillo contiguo, y a alguien forcejeando con la puerta: Morz. Corrimos a auxiliarlo a abrir la puerta entre ambos, forzando una de las compuertas con jalones hasta dejarle pasar.

—¡Deben sellar esos agujeros! —fue lo único que dijo él, y a juzgar por las herramientas que llevaba en sus manos: un soldador portátil y chapas metálicas en su morral de trabajo en la espalda. 

Le ayudé tomando la carga sobre un hombro de las chapas, poniendo la mano en el hombro desocupado.

—Abuelo... —comenté de forma casi cariñosa, por el tiempo que le he conocido—, ¿qué demonios ocurrió? ¿estás bien?

—¿En dónde está Gerti? —preguntó mi padre, y después verlo miré a Morz buscando confirmación.

—No tengo ni idea, eso a sus dos preguntas. Pero estoy bien... Gerti es muy astuta, sabrá arreglárselas, por ahora nosotros tenemos que arreglar esto. Sellé uno de esos mismos agujeros en el taller, pero no puedo trabajar para nada bien sólo, deben ayudarme.

Resaltó de su experiencia que pudiera detener uno de aquellos agujeros de manera tan rápida antes de verse con nosotros, aunque la edad ya le cobraba su factura, teniendo que buscarnos para decirnos qué hacer y darnos las herramientas. 

Nos pusimos manos a la obra, tomé una de las chapas y le pasé los únicos lentes soldadores a mi padre: tuve que cerrar bien los ojos y confiar en él para que no se me dañara la vista ante el trabajo que tuvo que hacer.

—Esta maldita agua es salada, está fría, ¡y ni de broma viene de la nave! —avisó Morz.

—¿La probaste? —atiné a preguntar.

—Me hice un café antes de venir aquí con ella, y tuve que escupirlo, niño. ¡Toda información es valiosa en un momento así! tu padre tomó la decisión correcta apagando toda la corriente... unos minutos más y todos estaríamos muertos, electrocutados.

Mi mente mórbida de adolescente trabajó en máxima velocidad ante la mención. Noté que mi padre dejó de soldar un instante, y casi pensé que diría algo al respecto: ¿mencionar la muerte en este siniestro, sin saber en dónde estaba mi madre? ¿qué tal si ella no tuvo la suerte que tuvimos nosotros? la última vez que la vi... bueno, la última vez que la vi fue hace horas, ella suele darme un montón de espacio y con ese espacio decido aprender más del negocio de la familia, estar con mi padre. La veo escribir y hacer toda clase de cosas siempre, así que decido no interrumpirla. Ahora, estaba deseando haberme quedado con ella en vez de simplemente hacer como todos los días, saludarla, preguntarle qué era lo último en lo que trabajaba y seguir hacia la cabina de mando. ¿Pero quién podría haberme dicho que este día sería así?

—Está hecho —la voz de mi padre me sacó de mi ensimismamiento, quité las manos que apoyaban los bordes, sin darme cuenta siquiera de cuándo las había movido, si me lo habían instruido o lo había hecho por instinto. 

—Bien, bien... aún se escucha desde aquí el flujo...

Escuché un sonido sordo. Miré a un lado, al suelo a donde Morz estaba viendo, y vi a mi padre sin sus piernas. Mi padre se tomó del suelo y movió su cuerpo alrededor con sus brazos: yo esperaba ver un desastre sanguinolento debajo suyo, y sin embargo lo vi forcejeando, moviendo su espalda de lado a lado, y entonces apuntó la luz a mí para decirme algo. Algo que no entendí, hasta que me tomó de la camisa y me jaló casi haciéndome caer.

—¡Toma la linterna! 

—¿Qué te pasó? ¡papá!

—¡Aún siento mis piernas! no las puedo ver, no están aquí, pero las siento. 

—Bien, no estás partido a la mitad, no tengo la más menor maldita idea de qué pasa, pero mientras esté así podemos solucionarlo. ¡Movámonos! —dijo Morz.

—¿Estás loco? ¡no podemos dejarlo así! 

—¿Quién dijo que lo dejamos muchacho? usa las manos, Hellocks. Vamos.

La rareza de la situación me dejó estupefacto, más aún que el agujero del agua. Vi cómo debajo de mi padre, la misma negrura se veía, exactamente igual, pero no había agua ni corriente de esta que saliera de ahí. 

—¿Me estás diciendo que vamos a seguir sin saber qué pasa? —yo quería explicaciones. No quería moverme sin ellas.

Morz se exasperó, mi padre ya había comenzado a moverse, claramente queriendo saber en dónde se encontraba mi madre: nada lo iba a detener. Era como el ejemplo que me había dado, de una manera muy absurda: si no podía caminar con las piernas, ¿cómo podría con las manos? Lo estaba haciendo, hacía que parecía una prueba viviente de sus dichos, como siempre. Dichos con los que no quería vivir, y menos ahora que tan solo querían decirme a dónde ir, qué hacer y cómo reaccionar sin tener ni idea de qué ocurría. 

—Escucha, muchacho —Morz habló después de suspirar—, nos estamos hundiendo, y no voy a dejar que la nave se vaya al fondo del mar. Sería un final avergonzante para cualquier marinero, así que andando, te explicaré algo en el camino.

Vi a mi padre esperando alguna respuesta de su parte, él tan solo me observó de vuelta.

—Esto es más importante. Tenemos que llegar primero a la habitación de tu madre, antes que cualquier otra cosa. 

—Hellocks, eso no servirá, ¡si queremos que ella no se ahogue tenemos que cerrar todo esto primero!

—¡Al diablo con eso! 

—Padre, escúchalo. Ya me he tranquilizado... solo, vamos a continuar hacia la sala de mantenimiento, donde están los motores de la nave. Si se inundan, tendremos que esperar auxilio externo, y sin poder utilizar la electricidad para no electrocutarnos: ¿cómo sabemos que siquiera llegará ayuda? estamos varados aquí, podrían confundirnos con basura espacial.

—¡Tu madre es más importante que eso!

—¡Entonces tiene que vivir! ¡afróntate a saber que podría morir por tu maldita testarudez! 

Él me dedicó una mirada furibunda, pero yo sabía que en el fondo sopesaba mis palabras. Aunque nunca dejara que ellas tuvieran un efecto en su decisión. Solo que esta ocasión algo cambió... y se resignó.

—Andando... a la sala de mantenimiento. Siempre tuviste el juicio de tu madre, aunque prefería escucharlo de ella, eres demasiado joven —trató de excusarse con la ineptitud que solía tener para las disculpas.

—Disculpen, ¿terminaron ya con estos problemas domésticos? ¿podemos empezar a trabajar? —preguntó Morz.

Nos movimos como alma que lleva el diablo hacia la sala de mantenimiento, pataleando a través del agua que nos llegaba a la pantorrilla, y mi padre ya casi que podía usarla de apoyo para nadar y deslizarse. No parecía perturbado por la aparente falta de sus piernas: y quería preguntarle qué sentiría del otro lado, ¿calor, frío? ¿viento? ¿acaso algo más?

Tratamos de tapar los agujeros a lo mejor que pudimos y mi teoría era cierta: casi se inundaban los motores para cuando hicimos nuestro camino hacia la sala de mantenimiento. Morz comenzó su explicación que me había prometido antes sin necesidad de que se lo recordara, mientras mi padre sostenía las chapas metálicas apoyado sobre un ducto de ventilación y yo soldaba en esta ocasión.

—Lo que está pasando aquí debe ser humano. Intencional o no, no importa, pero no es que ahora vayamos a encontrar la evidencia de un dios que tanto tiempo hemos estado buscando, o de alguna magia que jamás hayamos conocido. Yo era de Tuscania, una aldea en la Tierra... ¿recuerdan lo que ocurrió ahí?

—Las mutaciones —mencioné.

—Sí... las malditas mutaciones. Graintech estaba experimentando con la más novedosa adición de un componente bioquímico y sin darse cuenta ese podía disolver fácilmente a través del recinto donde se mantenía resguardado en ciertas condiciones... ese verano una enorme cantidad se filtró al río de donde bebíamos. Primero nos enfermamos... luego hubo personas con tres piernas, una mano extra, otra mandíbula aparte. De algún modo no eran letales, pero sí dolorosísimas... yo mismo tuve que extirparme un apéndice, que no diré nada de cuál es. La cosa es... no tengo ni idea de con qué puedan estar experimentando, o quién, o por qué: pero sé que esto es causado por humanos. 

—¿Entonces qué crees que ocurrió?

—De algún modo están conectando puntos de la tierra con puntos en este lugar. Y tuvimos la mala suerte de estar aquí cuando algo salió mal... o quizá es que era intencionado. Quizá no sabemos de una nueva arma terrorífica y extraña y es la primera vez que la vemos. En el cinturón esos hijos de puta nos hacían mal ojo por decirles que sus naves iban a necesitar mucho más que solo un mantenimiento, y no quisimos hacer nuestro trabajo gratis. 

—No creo que una sarta de malvivientes tenga acceso a un arma así...

—Hijo, ¿ya terminaste?

—Sí, papá.

—Bien... ahora nos movemos a seguir buscando a Gerti. Ve a pedir ayuda por el comunicador, solo permite la corriente ahí si ves que no hay posibilidades de que la electricidad te alcance. 

Yo me congelé. ¿Debía separarme de él? ¿y en este momento? ¿de la misma manera que me había separado de mi madre?

—Tienes que ir ahora, nosotros solo podemos alargar lo inevitable, la ayuda nos puede sacar de esta, ¡hijo, corre! 

Y eso hice. Dejé una vez más las cosas con Morz y corrí.

Recordé una de las lecciones que Morz me había dado mientras arreglábamos una de las naves. Algo sobre quedar aplastado debajo de 2 toneladas de plastiacero, y la cabeza de alguien rodando... no es que recordara los detalles exactos: me los gritó después de sacarme de debajo de un motor el cual traté de mantener de caerse usando mis enclenques brazos de quinceañero, pensando en el dinero que le iba a costar mi estúpido error a mi padre: debí haber fijado mejor al techo esa carga, si pudiera levantarlo aunque sea un poco y engancharlo de vuelta... 

—¡El que necesita ayuda grita! ¡no se queda callado como un idiota pensando que puede salvarse sólo! ¡esa mierda solo pasa en las películas!

Las palabras del abuelo me llegaron ahora más que nunca, y la realidad de la situación de repente llegó a mí en cuanto tomé el comunicador. 

Mi madre podría estar muerta.

Mi padre podría no tener sus piernas de vuelta, jamás. 

Podríamos hundirnos, o la nave podría quedar varada, y morir de hambre lentamente, sin manera de sacar el agua, sin manera de pedir auxilio si los comunicadores no funcionaban. 

En ese momento algo cambió dentro de mí: y me gustaría decir que grité, lloré, que pedí auxilio hasta el tope de mis pulmones, pero lo que ocurrió fue que mi cara se puso fría. Hablé por el intercomunicador, sentí mi garganta moverse y mis palabras salir de entre mis labios, lamidas por mi lengua pero sin saborearlas, dichas pero no expresadas. Era como si alguien más dentro mío hablara, mientras que mi consciencia estaba... apagada. Vacía. 

—Señal de auxilio recibida, ¿Gerti?

—Gerti aquí, nuestra nave se está inundando, no podemos reanudar el funcionamiento de los sistemas eléctricos y de navegación por el riesgo de electrocución.

—¿Hablo con el capitán?

—El capitán está indispuesto para comunicarse, está cerrando las fugas.

—Dice aquí que su modelo tiene apenas una capacidad de contención de mil litros... en el peor de los casos podrían bajar a la superficie para el mantenimiento: ¿está seguro de que la situación es como la describe?

—Lo es.

—La multa por malgastar el servicio público de rescate en órbita es de 500 unidades laborables, y hasta 10 años en prisión, ¿entiende esto?

—Lo entiendo.

—Se enviará la ayuda, Gerti. Manténgase conmigo en radio.

—Afirmativo.

—¿Cómo se llama usted? ¿cuál es su edad, y qué relación tiene con el capitán? ¿cuántos son en la nave?

—Somos cuatro. Me llamo Darzzat Mohueni Aztram, tengo 16 años. 

—Todavía no es muy tarde para decirme que estás gastando una broma después de encontrar el licor de tu padre, hijo.

Mantuve el silencio. Sabía que la ayuda estaba en camino, y mi mente congelada veía los peores escenarios posibles pasar de manera fugaz por mi imaginación: me imaginaba que este hombre del otro lado estaría dispuesto a tomar un "Entiendo" o un "Sí, vale" como una admisión de que todo esto sería una broma y por ello podría denegarnos las subsecuentes llamadas de auxilio. 

—¡Darzzat! —habló Morz.

Volteé a verle.

—¿Ese es tu padre? ¿eh? ¿estás ahí, joven? —la voz del comunicador habló, pero yo ya había ido en busca de la voz del abuelo.

Yo había corrido a verle, una parte primitiva de mí deseando estar junto a los miembros de la tribu, imágenes mentales de lo que podría decirme: que mi padre había terminado de caer por el portal en sus piernas, que mi madre había sido hallada muerta. 

—¡Maldición! todo está bien, muchacho —dijo con su canuda barba moviéndose, como los bigotes de un perro mojado, tiesa en el aire, mientras me tomaba de los brazos para detenerme: el agua le había empapado la cara.

—Necesitamos tu ayuda para reparar más de estas fugas, y la necesitamos ya —continuó.

Tan solo asentí y me moví junto a él. El lugar estaba gélido. La calefacción había muerto y solo funcionaban los sistemas de gravedad artificial que se mantenían constantemente; no necesitaban electricidad, por el criterio Bugmann podían seguir indefinidamente: pero la calefacción se había ido, y el agua salada nos llegaba hasta las pantorrillas. Estaba tan fría que vi copos alrededor de las paredes, y temí por perder las piernas si la ayuda no se apresuraba.

—No encontramos a Gerti.

Él lo dijo como si aquello ocupara mi mente. Maldita sea: claro que debía ocupar mi mente. ¿No debería estar junto a mi padre buscándola en vez de solo estar aquí, soldando otro de esos agujeros?

—¿Estará bien? —fue lo único que atiné a preguntar. 

Él se mantuvo en silencio. 

A través del trance de hacer o morir, solo recuerdo el silencio en el que nos vimos los tres sentados una hora después en la cabina de atención médica de la nave de rescate, uno al lado del otro. Bueno, mi padre no estaba sentado: estaba apoyándose con sus manos a los lados, ante las miradas extrañas de los médicos que jamás habían visto algo así. 

—¿Qué tal si vimos algo que no debíamos ver? —preguntó Morz.

—Eso no me importa, Gerti no estaba por ningún lado... debe estar bien —dijo mi padre.

—¿No encontraron nada de ella, de verdad? —yo.

—Tan solo un enorme agujero del cual no salía agua, afortunadamente, en su habitación —Morz.

—¡Debiste haberme dejado entrar ahí! —restalló mi padre, y los vi discutir.

—Tienes que dejar de hacer antes de pensar, maldita sea, ¡eso fue lo primero que intenté enseñarte cuando...!

—¡Esto no es sobre ningún maldito trabajo, es mi esposa, maldita sea! ¡la madre de mi hijo!

—¿Y preferías dejar a tu hijo sin padre también?

—¡No te atrevas a insinuar lo que estoy...!

—¡¿QUE ESTÁ MUERTA?! —grité.

—Hijo, tú... —Morz intentó calmarme, pero no escuché.

—¡¿QUE PUEDE HABER... SIDO BORRADA?! ¡QUE PUEDE HABERSE AHOGADO EN EL AGUA Y DESAPARECIDO! ¡¿POR QUÉ NO ACEPTAS LA PUTA REALIDAD DE UNA VEZ?!

Mi padre se mantuvo en silencio, viendo al frente, incapaz de mirarme a los ojos. Morz me tomó del hombro. Me relajé.

—Esas cosas eran portales. Si se mueve un fluido... a través, significa que se puede mover de un lado a otro algo en un punto y otro —explicaba el abuelo—. Gerti está en otro lugar... y por la falta de calor saliendo del agujero, o de frío, o que un vacío no nos llevara a mí y a tu padre al espacio sideral significa que estaba en un lugar seguro. 

¿Eso era todo? 

Corrí. Morz intentó sujetarme, pero no pudo. 

Empujé a varios médicos, moví las cosas alrededor, salté a la negrura absoluta de aquél largo óvalo en el medio del espacio, flotando sin sentido alguno. 

De repente estaba rodeado de hombres de batas blancas, y computadoras, diales y grandes hombres armados. 

—¡Es otro! —habló un soldado.

Me apuntaron. Vi sus uniformes. Eran los revolucionarios.

—Es seguro pasar al otro lado, la mujer no fue una casualidad. Encárguense de este también y de los testigos a bordo.

El cañón de un arma.

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