[NOTAS] EL UNIVERSO DE LOS AZTECAS - Jacques Soustelle

 El Universo de los Aztecas

     
     Jacques Soustelle escribió este libro producto de aquellas burlas o visiones que consideraba denigrantes en su tiempo del entendimiento de la cosmovisión que tenían los Aztecas respecto del mundo; así como también la cosmovisión que los Españoles, sus conquistadores, tenían de ellos y de sus dioses. Ya en la Nota Editorial se nos habla de cómo Jacques, si bien hizo una obra destacable en su tiempo no tan lejano al nuestro y apenas del siglo pasado (primera edición en 1979, y en español en 1982, muriendo 8 años después de esta última en 1990), nueva evidencia ha aparecido que expande y quizá llegue a contrariar lo que Jacques sostiene en su escrito. 

     Es por ello que aquí quiero hacer un grupo de notas al respecto, de lo que Jacques sostiene en su obra, lo que me parezca destacable y cosas que después pueda llegar a querer investigar más a fondo.

     Capítulo 1: Respeto a los dioses muertos 


"El diablo debe ser tomado en serio".


     Para contextualizar, quien escribe esto solía ser religioso, sin embargo ahora es ateo. Dentro del contexto de los libros bíblicos, hay evidencia que apunta al hecho de que Satán o el Diablo como tal no es realmente una entidad que existe en la cosmovisión de las personas que primero entraron en contacto con el antiguo testamento, si bien este ente parece muy real y temido en el Nuevo Testamento. Este es un tema que no habla el autor pero del cual he escuchado, y con ello en mente, se debe tomar en cuenta que este último concepto del Diablo era algo que era sumamente respetado, causa de temor y odio en el viejo mundo. 

     Tan real era este, que Jacques en este capítulo habla de cómo los dioses mexicas jamás fueron vistos como irreales, ni nadie se atrevió a decir que estos no existían: ¿por qué, y en qué se basa?

     Primero que nada, el propósito teológico de la conquista y la eliminación de los cultos aztecas fue uno no de "abrir los ojos de los aztecas" hacia la inexistencia de sus dioses, sino a convencerles de que sus dioses eran, realmente, demonios, incluso el propio Lucifer era acusado por Sahagún (historiador y escolar franciscano que vivió por una parte sustancial de su vida en México en su época colonial, para registrar y entender mejor a los locales) de ser el mismísimo creador de toda su cultura, con el propósito de "que cuando murieran sus almas fueran directamente a él en el infierno". 

     La pelea física del "bien contra el mal" era un tema bastante importante para el Conquistador, y no algo qué tomarse a la ligera. Jacques se basa en este hecho y en el hecho de que "Dios solo puede ser vencedor cuando tiene enemigos por deshacer", por lo que se tenía una fuerte noción de que Tláloc, Huitzilopochtli, Quetzalcóatl, Tezcatlipoca y cuantos otros en quienes creían los mexicas eran realmente demonios, emisarios de Lucifer.

     Algunos incluso creían que las adivinaciones que hacían en nombre de "Ochipustl Uchilobus", un "demonio", eran reales: y eran manifestaciones del poder de Lucifer en contrariedad directa a Dios.

     Me parece destacable que, estas afirmaciones y otras en el resto del capítulo (quizá del propio libro) son en oposición a los ¿quizá poemas? ¿quizá obras de teatro? que hizo un dramaturgo "Paul Claudel" al respecto de la teología Azteca, denigrando y vejando a los dioses extintos, representando cosas que para Jacques eran mentiras, como que nadie creía en su existencia: cosa que incluso llegarían a considerar blasfemia los propios españoles de negar, ya que sería como negar que Dios no tiene a nadie a quién vencer, y por tanto, no puede demostrar su fuerza, o hacer el trabajo que hacen es innecesario.

La gran caldera azteca


     Aquí el autor comienza a hablar de "la gran caldera azteca", o sea, el concepto de que los conquistadores de algún modo salvaron a los mexicas de sus dioses oscuros y horribles, y por ello la conquista fue un ejercicio noble y honesto. 

     Hace un par de agudas observaciones en contra de ello: dice que los indios veían con el mismo horror las masacres de Cholula y México de los españoles, las mutilaciones y las ejecuciones por ahorcamiento que hacían los españoles; mientras que los españoles veían con horror los sacrificios rituales de los indios, así como las cabezas de sus compañeros y otros en los tzompantli, caballetes llenos de cabezas humanas. Dice: "La crueldad habitual no espanta". 

     Apunta también que se ignora el objetivo usual de las batallas por parte de los aztecas: no era el de matar a la mayor cantidad posible de enemigos, sino, de hecho, de capturar a tantos como fuera posible para poder darlos en sacrificio. De este modo, creían que recuperaban sus soldados perdidos a través del sacrificio del enemigo, agradando a sus dioses con la sangre de un enemigo. Dice que, en este aspecto, no debemos pensar en cuántos sacrificios humanos ha hecho el cristianismo (cero) comparado al panteón mexica. 

"Entonces resulta evidente que el mismo emperador Ahuízotl, que consagró al gran templo de México con la sangre de 20 mil víctimas, no era más que un niño al lado de nuestros jefes de guerra y hombres de Estado. Hubieran sido necesarios a los dioses aztecas muchos siglos para devorar tantos corazones como los que dejaron de latir de 1914 a 1918 y de 1939 a 1945."

     Se debe tomar en cuenta, dice el autor, que todos los sacrificios, o al menos una gran mayoría de ellos, eran aceptados: voluntarios. Desde que el mexicano nacía, se rodeaba de ideas de que su vida era para "su sangre y su corazón son para su Madre y su Padre, la tierra y el sol", pues en su religión, el Sol se sacrificó a sí mismo (o fue sacrificado por Huitzilopochtli), siendo este Sol un cadáver reluciente que bendice a la humanidad con su presencia, y que solo es mantenido en ese ciclo eterno de vida y muerte (o séase, día y noche) a través del sacrificio ritual.

     Relata que muchos indios, al ser capturados en guerra, preferían la muerte ritual al escape por su vida. Y como incluso ocurrían las "Guerras Floridas", que eran simulacros de guerra para apaciguar a los dioses en tiempos de sequía y hambruna por su ira contra el Imperio: las ciudades-estado se ponían de acuerdo para simularlas, y solamente se llevaba cada lado los números de sacrificio que hubiesen convenido, terminando el conflicto para llenar los altares de esos sacrificios, que iban con la frente en alto dada su creencia de que emulaban el sacrificio altruista del padre Sol, y que se unirían al ciclo de vida eterna al renacer como colibríes. 

Conceptos interesantes:

"Mictlan": Lugar al que van los que mueren con tranquilidad en su hogar, y no en el sacrificio.

"Telpochcalli": Escuela elemental.

"Calmécac": Colegio superior.

"Teocalli": Lugar de inmolación (sacrificio) del soldado enemigo. El autor menciona que hay una fraternidad entre capturado y soldado en las últimas horas del sacrificio.

Apunta a que había una igualdad de hombre y mujer para ir al paraíso, a la vida eterna, pues también las mujeres tenían su propia forma de sacrificio, mientras que los hombres solo conocían la violencia como el medio correcto para llegar a ese punto.

     Todo esto lo resalta el autor en contra de la idea de la obra del ya mencionado dramaturgo Claudel: La idea de que Huitzilopochtli sería nada menos que un ogro llorón que se enfurece pues ya no recibirá sacrificios humanos que su cruel corazón pedía. "Huitzilopochtli es la encarnación el orgullo y de la esperanza de la nación azteca", dice él.

El colibrí de la izquierda

     Los aztecas tenían un dios personal y único de ese pueblo "Tenochtitlán", quienes se consideraban el "pueblo elegido": este es el colibrí, "huitzilin", de la izquierda, "opochtli". De ahí viene el nombre "Huitzilopochtli": "El colibrí de la izquierda". Su creencia era que ellos renacían como colibríes, dioses en sí mismos, en el sur: o la izquierda, esto por su versión de los puntos cardinales.

     Su visión de los puntos cardinales era la siguiente: el Este, de donde provenía el sol, era el "Norte" para ellos, o el "Arriba" de un mapa. El sur quedaba a la izquierda, el norte a la derecha, y el oeste hacia abajo. Por ello, ellos veían al sol como Huitzilopochtli reviviendo y muriendo, en su punto más alto, el cenit: el mediodía, donde ellos se reunían con él cuando eran sacrificados.

     Habla entonces de por qué se le da este nombre de "El colibrí de la izquierda" al más poderoso de todos los dioses junto a Tláloc, los dos dioses más venerados en la ciudad de Tenochtitlán: por siglo y medio una pobre tribu viajó llevando en su espalda en pesados fardos la estatua de este dios con cabeza de colibrí, muchos incluso en el camino se rebelaron y se separaron, pero los más fieles permanecieron: después de malos tiempos, batallas, decepciones y desastres, llegaron al fin a donde el dios exigente a través de los "soldados-sacerdotes" que cargaban con su pesada estatua les decían que Huitzilopochtli pedía con tanto ahínco: "¡más lejos! ¡más lejos!": el gran lago sobre el cual vieron la señal del águila sobre el nopal, con una serpiente en su pico.

     Él derrotó a la noche, sacrificándose para crear la vida y la muerte: y por ello merece reverencia. 

El hechicero de la dicha tranquila

     Tláloc es el otro dios tan venerado. Se le ve como una máscara hecha de serpientes (o anillos, como se ven las serpientes en esa forma), colmillos ofidios, y con una sonaja que convocaba a la lluvia: "La sonaja de brumas". El autor habla de cómo, aún en sus tiempos, la sequía en el área en que vivían los mexicas, en la zona ahora central del país, es agotadora: hay un aire de incertidumbre, pues ni una sola lluvia cae por todo el año, hasta que inicia repentinamente y como de milagro la lluvia que salva la siembra del maíz y que inicia una vez más el gran ciclo sin fin de vida y muerte. A Tláloc, por esto, se le llama "El sacerdote", o "El príncipe hechicero", y es el héroe que salva a los hombres y al mundo con su llamado de las lluvias.

     Ahora, introduce el concepto de Huitzilopochtli en contraposición: este dios es uno violento, que bendice solamente a los nómadas agresivos que tuvieron que pelear con dientes y uñas para sobrevivir el horrible peregrinaje religioso que hicieron siglos atrás, mientras que Tláloc, a quienes distingue, sin necesidad de una vida violenta, deja entrar en el "Tlalocan", un lugar feliz, después de la muerte.

     Dice entonces que para los mexicanos, había más de un cielo: acorde a los deseos contradictorios del corazón de cada persona. E incluso fuera de estos, muchos más en el imaginario mexica.

El héroe de la vida civilizada

     Quetzalcóatl por su parte, fue una vez hombre: y en esta vida, fue sacerdote y rey. Se caracterizó por gobernar a los toltecas, desde su ciudad en Tula, que poéticamente es descrito como un sitio de prosperidad absolutas: todas las casas y palacios hechos de turquesas, con plumas fabulosas, jade y oro; el maíz abundante e inacabable, y que el algodón salía ya teñido al cosecharse de todos los colores. Era tal el esplendor de esta gente que los propios aztecas usaban el término "Toltecatl" o "Tolteca" en nuestros tiempos, como sinónimo de artista. Tal fue el ejemplo de su obra que en tiempos de la conquista, los sacerdotes y reyes imitaban su estilo de vida austero, estudioso y diligente para todas las cosas, como el ejemplo de "la perfección espiritual".

     Quetzalcóatl se negó a hacer sacrificios humanos. Siempre hizo sacrificios animales, y de ello se aprovecharon según las leyendas otros hechiceros, brujos negros de otros países llegaron a Tula para maldecirlo. "Titlacauan-Tezcatlipoa" fue el que los encabezó, al ser "Dios del cielo nocturno, de la Osa Mayor (¡sí, la constelación!), de las hechicerías y de las tinieblas. Su caída se debió al hecho de no sacrificar humanos: pues no quiso tener una época de oro infinita, dejando que su época de oro naciera y muriera sin formar parte a través de los sacrificios del ciclo de renacimiento.

     Entonces, Quetzalcóatl abandonó a su pueblo llorando, un rey desposeído en el exilio. Dos versiones subsisten: que se entregó a una hoguera al encontrar las olas del mar en el Este, y que se convirtió en "La Estrella del Amanecer" (estrella visible desde todo el planeta, y que, realmente no es una estrella: ¡es el planeta Venus, que reluce al amanecer!). Otras, que encontró una balsa a la cuál subió para ir a Tlapallan, un país mítico y rojo brillante, que también formaba parte del amanecer: así interpretaban el rojizo que se ve cuando el sol sale por las mañanas.

     En cualquier caso, este tomó la forma de un Dios, e incluso, de varios Dioses, teniendo muchos nombres y funciones distintas, entre estos nombres: "Ehécatl" "Nanahuatzin" "Xólotl" "Tlahuizcalpantehcuhtli" "Ce-Ácatl" "Yacatecuhtli". Es, en fin, un Dios que representa las fuerzas positivas de la naturaleza, y del hombre, la acción benéfica del emperador y el esplendor de las artes: es todo por cuanto vale la pena vivir en este mundo. Sacerdote, rey y dios, es sobre todo el héroe de la vida, y de la vida civilizada. 

A Quetzalcóatl, Tláloc y Huitzilopochtli se les puede conocer como "La serpiente emplumada": cabe destacar que aún hoy aparecen más y más vestigios de que esta figura de una serpiente con plumas era venerada, con mil formas, colores, historias y nombres distintos, a lo largo de toda mesoamérica: desde Brasil hasta México.

     Quetzalcóatl fue un hombre real, recordado en leyenda. Hay evidencia arqueológica de su palacio, y de que presidió, formó parte como cabeza, de la creación de maravillas que aún a nuestros tiempos persisten: como el Chichén Itzá, Mayapán y Uxmal. Nota personal: Es increíble pensar que, mientras en Europa se tenían a personajes como Da Vinci que eran increíbles artistas y polímatas, existió en este lado del mundo un hombre que fue rey, sacerdote y hasta un científico: ya que él fue el primero en hacer la meticulosa observación de las estrellas, la creación de los calendarios y quién sabe cuantas otras aportaciones: y después fue recordado para siempre como un dios de pura paz y bondad. ¿Qué tan distinto era realmente este amor por la vida al amor al prójimo que profesaban Jesús y el Buda?
"Las tradiciones no habían mentido: Quetzalcóatl solo aparece en la historia para hacer revivir, para crear la belleza y la paz. Su intervención en Yucatán dio dos siglos luminosos al mundo maya"

      El autor habla de un suceso histórico de la conquista: cuando en 1519 los españoles llegaron a las costas de México por el Este, los recibieron con gran admiración y gusto. ¿Por qué? eran blancos, como lo fue Quetzalcóatl, y llegaron de la misma dirección por la que su gran héroe se fue. Quetzalcóatl rezaba a los cuatro puntos cardenales, y siempre llevaba consigo cruces que lo significaban: el hecho de que llegaran personas blancas y que portaban cruces era nada menos que un portento maravilloso para los locales, incluso Moctezuma, alto y digno regente Azteca, los creía dioses por ello mismo... es una desgracia que fueran los actos españoles y no sus palabras honestas los que desengañaran al emperador.

     Quisiera compartir este fragmento directo del libro, en el que sigue quejándose nuestro Jacques de la obra de Paul Claude:

Todas las locuras y todas las corduras

     El autor pasa a describir como el mayor drama entre los españoles y los mexicas en su encuentro fue el hecho de que el cristianismo sea una religión cerrada, y el panteón mexica, una religión abierta. Ningún aspecto corpóreo e incorpóreo, ninguna filosofía ni ninguna deidad podía ser destruida. Todos los conceptos por los cuales una persona podía vivir, tenían deidad, tenían algo que los hacía especiales y que hacía que todo el conjunto de las cosas fuese maravilloso: poetiza el hecho de vivir como que los mexicanos veían al mundo como nada menos que una inmensa obra de arte que debían disfrutar mientras pudieran, con muchísimos distintos tipos de paraíso, y para quienes no los alcanzaran, una aniquilación tranquila. 

     De esta manera, mientras en el mundo europeo se tomó a Dios como la única respuesta, los mexicas tenían infinidad de respuestas a esa pregunta: "¿por qué estamos aquí? ¿cuál es nuestro propósito en la vida?"

Cosas interesantes: Los mexicas creían que el mundo entero también había muerto cuatro veces antes, y que se encontraban en el quinto mundo, un ciclo que seguiría eternamente y en el que solo podían hacer su vida y unirse a ese ciclo sin fin a través de la aceptación espiritual de la muerte y el sacrificio.

El sol ya había salido, señor Cristobal Colón

     El autor critica fuertemente la perspectiva euro centrista ya descartada hace mucho de que había, antes de la llegada de los españoles a América, "una oscuridad antes del nacimiento". Las Américas no eran una nada, ni eran tampoco en medida alguna despreciables, ni incluso menores que los entendimientos europeos. En donde en el año 800 Europa rumiaba tristemente lo último de la gran fiesta romana, Quetzalcóatl resplandecía como ningún otro hombre en siglos por venir. 

     Tratar de poetizar o resumir las palabras de Jacques en este subtítulo sería ofenderle: es poesía pura en prosa, y solo por este subtítulo valió la pena este libro tan barato (menos de 10 dólares).


     Capítulo 2: El estado mexicano y la religión

     Antes de proseguir el autor justifica y delimita a lo que se avocará en este capítulo: ¿cuál era la relación entre la religión, la vida privada y el gobierno en el antiguo México? ¿era una "teocracia"? entonces, se remonta a Tenochtitlán para responder a estas preguntas.

La tribu azteca durante la migración

     

















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